Una vendedora le comentó a mi esposa que no era “lo bastante atractiva” para trabajar en su tienda. Unos días después, regresé para darle una lección.

Una dependienta tuvo la osadía de hacer llorar a mi esposa al tratarla de forma cruel. Todo ocurrió porque mi esposa buscaba empleo en la tienda donde ella trabajaba. Cuando escuché lo sucedido, decidí tomar cartas en el asunto. Lo que hice aseguró que esa mujer pensara dos veces antes de volver a tratar mal a alguien.

Me llamo Thomas, y mi esposa, Emma, siempre ha tenido un gran sentido de la moda. Su estilo impecable lo demuestra, y no lo digo solo porque sea mi esposa, sino porque realmente sabe cómo estar al día con las últimas tendencias. La mayoría de las veces, es ella quien elige mi ropa, no porque piense que es su deber, sino porque le encanta hacerlo. Y, para ser honesto, siempre me veo genial gracias a ella.


Emma pasó años buscando su verdadera pasión. Trabajó como recepcionista, enfermera, e incluso exploró su lado artístico, pero nada parecía encajar del todo. Hasta que decidió transformar su amor por la moda en una carrera profesional y empezó a buscar empleo en tiendas de ropa. Creía que ese entorno era ideal para sus intereses.

Un día llegó a casa emocionada, pero pronto su rostro reflejó tristeza. Me contó que había visitado el centro comercial, donde notó que una famosa tienda de lencería tenía un cartel de “Se busca personal”. Animada, entró para preguntar por el proceso de contratación, pero la dependienta, sin siquiera mirarla al principio, acabó observándola de arriba abajo con desprecio. Luego, le soltó unas palabras hirientes: “Mira, cariño, no creo que seas lo suficientemente guapa para este trabajo. No pierdas el tiempo”.

Cuando Emma llegó a casa, estaba destrozada. Nunca la había visto así. Lloró mientras me contaba lo sucedido. Intenté consolarla, diciéndole: “Amor mío, eres hermosa y talentosa. No dejes que alguien tan mezquino te haga sentir menos”. Pero sus lágrimas me llenaron de ira. Nadie tenía derecho a tratarla de esa manera. Fue entonces cuando decidí que esa dependienta aprendería una lección que no olvidaría.

En los días siguientes, planeé cuidadosamente mi estrategia. Pedí ayuda a mi amigo Mike, que trabaja en el mundo de la moda. Cuando le expliqué lo ocurrido, estuvo encantado de colaborar. “Vamos a darle una lección que nunca olvidará”, dijo.

Me vestí elegante, con la ayuda de Emma, y me dirigí a la tienda. Sabía que la misma dependienta estaría allí ese día. Fingí ser un cliente interesado en comprar algo especial para mi esposa. Al verme, cambió completamente de actitud, mostrándose atenta y dispuesta a ayudarme. Le pedí que me mostrara varias opciones, y mientras lo hacía, la mantuve ocupada con una conversación casual. Luego, fingí que necesitaba llamar a mi esposa antes de tomar una decisión y salí de la tienda.


Minutos después, regresé acompañado de Mike. Él se presentó como un cazatalentos de una importante marca de moda, lo que despertó el entusiasmo de la dependienta. Ella, creyendo que sería su gran oportunidad, le comentó que siempre le habían dicho que tenía el aspecto perfecto para ese tipo de trabajos. Sin embargo, Mike la observó detenidamente y, con un tono crítico, respondió: “Lo siento, pero no creo que encajes en lo que buscamos. Necesitamos a alguien que realmente destaque”.


La expresión de la dependienta cambió de inmediato. Estaba visiblemente afectada. Entonces, Mike se volvió hacia mí y preguntó: “¿Y tú? Tienes un estilo interesante. ¿Has considerado ser modelo?”. La dependienta no podía creer lo que estaba escuchando. Con una sonrisa, respondí: “No, pero conozco a alguien que sería perfecta: mi esposa, Emma. Es hermosa, segura de sí misma y tiene un gran talento”.


Mike asintió y dijo que le encantaría conocerla. Antes de irnos, miré a la dependienta y le dije: “Quizá la próxima vez pienses dos veces antes de juzgar a alguien por su apariencia”. Su rostro lo decía todo: estaba avergonzada y sin palabras.

Más tarde, Emma conoció a Mike y, aunque no llegó a trabajar como modelo, la experiencia le devolvió la confianza que había perdido. Esa noche, mientras cenábamos, me dijo: “No puedo creer que hayas hecho todo eso por mí”. Tomé su mano y le respondí: “Haría cualquier cosa por ti. Nadie tiene derecho a hacerte sentir menos”.

Una semana después, volvimos al centro comercial. Emma caminaba con una confianza renovada. Al pasar frente a la tienda de lencería, bromeé: “¿Quieres entrar?”. Ella se rió y negó con la cabeza. “Ya he tenido suficiente de esa tienda para toda la vida”.


A veces, la mejor venganza no es solo un plan bien ejecutado, sino también ayudar a las personas que amas a ver su verdadero valor. Ver a Emma recuperar su confianza fue la recompensa más dulce de todas.