Nunca imaginé que una tarde cualquiera podría cambiar mi vida por completo, y mucho menos debido a la petición de un desconocido. Cuando un hombre sin hogar me pidió que acogiera a su perro, dudé, ya que mis propios problemas me agobiaban. Pero un mes después, llegó una carta que me conmovió hasta las lágrimas. ¿Qué decía? ¿Y cómo logró unir nuestros destinos?
Estaba saliendo del supermercado con mi hijo de 8 años, Liam. Había sido un año difícil desde que mi esposo falleció; el duelo, la crianza en solitario y el agotamiento me habían pasado factura.
Mientras guardaba las compras en el coche, noté a un hombre sentado junto al estacionamiento. Envuelto en una manta desgastada, con el rostro enrojecido por el frío, tenía a su lado un perrito pequeño que temblaba de frío. Justo cuando estábamos por irnos, el hombre se puso de pie y se acercó. Mi corazón dio un salto, no sabía qué quería.
—Disculpe, señora —dijo con voz ronca—, lamento molestarla, pero… ¿podría llevarse a mi perro?
Sus palabras me tomaron por sorpresa. Bajó la mirada, avergonzado, y agregó:
—Se llama Daisy. La amo más que a nada, pero ya no puedo cuidarla. Está muriéndose de frío y no tengo suficiente para alimentarla. Se merece algo mejor.
Estuve a punto de decir que no. De verdad lo estuve. Mi vida ya era demasiado abrumadora. Pero entonces vi la mirada suplicante de Liam.
—Mamá, por favor. Nos necesita.
Y así, llevamos a Daisy a casa. Esa noche, Liam la bañó y la envolvió en su manta favorita. Por primera vez en meses, nuestro hogar se sintió cálido otra vez. Un mes después, Daisy ya era parte de nuestra familia: juguetona, cariñosa y exactamente lo que necesitábamos.
Entonces, una noche, encontré una carta en nuestro buzón. Era extraña: sin sello, sin remitente, solo las palabras “De tu viejo amigo” escritas en el sobre.
Curiosa, la abrí. Dentro había una carta, pero no era para mí.
Querida Daisy,
Espero que estés abrigada y feliz. Te extraño mucho, pero sé que tomé la decisión correcta. Te mereces un hogar, comida y personas que te amen tanto como yo. Pienso en ti todos los días, pero saber que estás a salvo me ayuda a seguir adelante.
Siento no haber sido la persona que necesitabas. Gracias por ser mi amiga cuando no tenía a nadie. Nunca te olvidaré.
Con cariño,
Tu viejo amigo.
Le mostré la carta a Liam. Cuando la leyó, su expresión se tornó seria.
—Mamá, tenemos que encontrarlo —dijo—. No debería estar solo.
A la mañana siguiente, preparamos una bolsa con comida, una manta y ropa de abrigo.
Comenzamos por el estacionamiento donde lo habíamos conocido. Y allí estaba, acurrucado bajo su manta gastada.
Parecía más delgado, con el rostro demacrado, pero lo reconocí de inmediato.
—Hola —dije con suavidad—. Soy Emma. Hemos estado cuidando a Daisy.
Él levantó la mirada, y en sus ojos vi gratitud.
—Gracias —dijo con la voz cargada de emoción—. La he extrañado mucho, pero sabía que no podía darle lo que necesitaba. Saber que está bien… significa el mundo para mí. No sé cuándo podré volver a verla.
—No tienes que despedirte para siempre —dijo Liam—. Podemos traerla a visitarte. ¿Verdad, mamá?
Desde entonces, lo visitábamos cada dos semanas.
Llevábamos a Daisy con nosotros, además de comida y provisiones. Edward, como supimos que se llamaba, nunca nos pidió nada, solo unos minutos con ella.
Con el tiempo, conocimos más sobre él. Su vida había estado marcada por dificultades inimaginables, pero su amor por Daisy nunca flaqueó.
Meses después, recibimos otra carta, esta vez con una dirección.
Querida Emma,
Tu amabilidad me dio esperanza cuando no tenía ninguna. Te escribo para decirte que he comenzado de nuevo. Encontré trabajo y ahora vivo en un pequeño apartamento. Nunca olvidaré lo que tú y Liam hicieron por mí. Gracias por creer en mí.
Tu amigo,
Edward.
Estoy agradecida de que el destino pusiera a Daisy en nuestro camino. Ella enseñó a Liam el poder de la bondad y me recordó que incluso los gestos más pequeños pueden cambiarlo todo.
El mundo necesita más personas dispuestas a dar sin dudar, a abrir su corazón incluso cuando es difícil.
Necesita personas como tú, que lo hagan un lugar más cálido, más brillante y mejor para todos.