Un hijo, avergonzado de que su madre trabajara como limpiadora, intentó ocultarlo frente a la familia de la novia. Sin embargo, el día de la boda, ella sorprendió a todos y dejó a todos sin palabras.

Marina observaba a su hijo frente al espejo mientras se probaba un elegante traje nuevo. Alto, robusto, de cabello oscuro, ya parecía listo para el gran día. La boda de Ilya estaba programada para el día siguiente, pero para Marina era difícil aceptar que su pequeño ahora era todo un hombre.

Con atención, Ilya estudiaba su reflejo en el espejo, admirando los detalles del traje. Tras un último vistazo, asintió satisfecho.
— Es realmente perfecto —dijo, girándose hacia su madre—. ¿Y el color? Elegante, parece caro.

— Caro lo es, en efecto —pensó Marina, aunque en voz alta solo dijo:
— Me alegra que te guste. Estoy segura de que en la boda, cuando te vea con el traje, se me escapará una lágrima.

Ilya se alejó del espejo y se sentó junto a su madre. Con un tono directo, le preguntó:
— Mamá, ¿entiendes que no irás a la boda, verdad? Ya lo habíamos hablado.

Marina lo miró, sorprendida.
— ¿No iré? ¡Pensé que estabas bromeando!

Ilya se levantó y comenzó a caminar nervioso por la habitación.
— No bromeaba, mamá. ¿Ya olvidaste quiénes son los padres de Vika? Es gente de la élite. Tú… desentonarías. No quiero que te sientas incómoda y, siendo sincero, no quiero que me hagas pasar vergüenza.

El estómago de Marina se encogió mientras escuchaba a su hijo continuar:
— Imagina cómo te sentirías entre esas mujeres ricas y elegantes. Por favor, mamá, no compliques las cosas. Ven al día siguiente, puedes felicitarnos tranquilamente.

Esas palabras la hirieron profundamente. Su hijo se avergonzaba de ella. Se avergonzaba de la mujer que lo había criado sola, que había sacrificado todo para darle una vida mejor. Marina intentó defenderse:
— No entiendo por qué tendría que desentonar. Iré a la peluquería, me arreglaré, usaré un vestido apropiado…

Pero Ilya la interrumpió bruscamente:
— ¿Qué vestido apropiado? ¿Ese viejo vestido azul? —Vaciló un momento y luego añadió con crueldad—: Si no entiendes mis sugerencias amables, te lo diré claramente: no quiero que vengas. Me avergüenza que seas una limpiadora. No quiero que arruines este día.

Marina estaba conmocionada. No podía creer que esas palabras salieran de la boca de su Ilya. Permaneció en silencio mientras él, satisfecho de haber dicho lo que pensaba, tomaba su mochila y salía de la habitación. En el umbral, se detuvo un momento para reiterar:
— Te lo repito: no vengas. Nadie allí estará feliz de verte.

Cuando la puerta se cerró, el silencio invadió la casa. Durante horas, Marina permaneció inmóvil en el sofá, incapaz siquiera de llorar. Más tarde, cuando finalmente llegaron las lágrimas, se levantó y sacó un viejo álbum de fotos de la cómoda. Esas imágenes le recordaban quién era y de dónde venía. Cada página narraba su historia: desde su infancia en un orfanato hasta los sacrificios que había hecho para criar a Ilya sola y superar todas las adversidades.

Mientras pasaba las páginas, Marina sintió que renacía una fuerza que creía perdida. Observó una foto de Ilya de niño, con sus brillantes ojos grises y la sonrisa inocente de un pequeño que aún no conocía el peso de la vida. Entonces tuvo un pensamiento decidido: siempre había hecho todo por él, pero esta vez haría algo por sí misma.

El día de la boda, Marina entró en la iglesia con gracia y estilo. Su cabello estaba perfectamente peinado, su maquillaje era refinado, y su vestido azul parecía sacado de una revista de moda. Los invitados la miraban con admiración, sorprendidos por su elegancia.

Cuando llegó el momento de las felicitaciones, Marina tomó el micrófono. Miró a su hijo a los ojos y dijo:
— Ilya, te deseo una vida llena de felicidad y amor. Recuerda siempre respetar y amar a quienes te rodean, porque la verdadera riqueza no se mide en bienes materiales, sino en los lazos que creamos.

Sus palabras fueron sencillas, pero sinceras, y los invitados le dedicaron un caluroso aplauso. Ilya parecía incómodo, pero su esposa, Vika, se acercó a Marina y la abrazó con afecto:
— Marina Anatolievna, eres increíble. Estoy tan feliz de que hayas venido.

Marina dejó la ceremonia con el corazón más ligero. Había tomado una decisión: seguiría amando a su hijo, pero nunca más se sometería a su juicio. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre.