Cuando me casé con Ben, creí que entendía lo que implicaba ser parte de la vida de un viudo. Ben había estado profundamente ligado a su esposa fallecida, Irene, y criaba a su hijo Lucas, de siete años, por su cuenta.
Los primeros meses como familia fueron tal y como los había imaginado. Lucas me aceptó sin reservas, y nuestra relación se fortaleció rápidamente.
Pasábamos horas jugando, le leía cuentos antes de dormir y lo ayudaba con sus tareas escolares.
Un día, de manera inesperada, Lucas comenzó a llamarme «mamá». Ben y yo nos mirábamos con orgullo cada vez que lo hacía. Todo parecía perfecto.
Una noche, después de acostar a Lucas, me miró con una expresión seria que me desconcertó. «Sabes, mi verdadera mamá todavía vive aquí,» susurró.
Le sonreí y le dije: «Tu mamá siempre estará en tu corazón.»
Pero Lucas negó con la cabeza y, tomando mi mano con tal fuerza que me hizo sentir un nudo en el pecho, insistió: «No, ella está aquí. A veces la veo.»
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero traté de restarle importancia y le dije: «Es solo un sueño, cariño. Ahora duerme.»
Con el tiempo, empecé a notar sucesos cada vez más inexplicables. Los juguetes de Lucas, que había guardado, aparecían en su lugar exacto.
Los gabinetes de la cocina, que había reorganizado, volvían a su disposición anterior.
Y lo más extraño, la foto de Irene, que había colocado en un sitio más discreto, volvía cada mañana a su lugar original, perfectamente limpia de polvo.
Una noche, le pregunté a Ben: «¿Estás moviendo las cosas en la casa?» Él se rió y respondió: «Creo que te lo estás imaginando,» pero en su mirada había algo extraño.
Una noche, Lucas me miró fijamente y dijo: «Mamá dice que no toques sus cosas.»
Intenté mantener la calma y le pregunté: «¿Qué quieres decir, cariño?»
«La verdadera mamá. No le gusta que muevas sus cosas,» murmuró, mirando alrededor como si alguien estuviera observándonos.
Una noche, cuando Ben se quedó dormido, subí al ático. Sabía que Ben guardaba cosas de Irene allí. Entre varias cajas, descubrí un compartimiento oculto.
Dentro había cartas, fotos y una pequeña puerta secreta detrás de las cajas.
Al abrirla, encontré a Emily, la hermana de Ben, acostada en una pequeña cama cubierta por mantas. «No deberías haberlo encontrado así,» me dijo.
Emily me explicó que Ben la había escondido allí porque no quería que estuviera sola. Ella había estado influyendo en Lucas, contándole historias sobre su madre.
**La solución**
Ben confesó la verdad, y decidimos buscar ayuda para Emily. Consultamos con un médico y, poco a poco, la casa se volvió más tranquila. Aunque Lucas tuvo dificultades al principio, con el tiempo aceptó la realidad.
Aunque esta experiencia fue completamente inesperada, fortaleció mi relación con Ben y nos unió más como familia.