NOS MUDAMOS A LA CASA DE UN HOMBRE QUE HABÍA FALLECIDO, Y CADA DÍA UN PERRO VENÍA A VISITARNOS. UN DÍA DECIDÍ SEGUIRLO Y ME IMPACTÓ EL LUGAR AL QUE NOS LLEVÓ.

Cuando Maggie se mudó a una nueva casa con su esposo Kyle y su hijo Ethan, estaba llena de esperanza por un nuevo comienzo.

Ethan había pasado por momentos difíciles en su antigua escuela debido al acoso escolar, y Maggie deseaba con todo su corazón ver a su hijo feliz nuevamente.

La casa, que anteriormente había pertenecido a un anciano llamado Christopher, parecía ser el lugar ideal para iniciar este nuevo capítulo. Pero Maggie nunca imaginó que un enigmático husky cambiaría sus vidas para siempre.

Desde el primer día, el husky apareció, como si tuviera un reloj interno, cada mañana. Era un perro mayor, con penetrantes ojos azules y un pelaje grisáceo que le daba un aire casi mágico. No ladraba ni causaba problemas, simplemente se sentaba en el porche, esperando en silencio.

Naturalmente, Maggie y Ethan comenzaron a alimentarlo, suponiendo que era un perro callejero del vecindario.

—¿Crees que está hambriento porque sus dueños no lo cuidan? —preguntó Ethan un día mientras compraban golosinas para perros.

—Quizás —respondió Maggie—. O tal vez era del hombre que vivía en nuestra casa antes.

Pronto, las visitas del husky se convirtieron en parte de su rutina diaria. Ethan, que estaba teniendo dificultades para adaptarse, formó un vínculo inmediato con el perro. Pasaba horas jugando con él, lanzándole palos o simplemente hablando con el husky como si fuera su mejor amigo. El perro parecía ser justo lo que Ethan necesitaba para sentirse en casa.

Un día, Ethan descubrió algo sorprendente: el collar desgastado del husky tenía un nombre grabado, “Christopher Jr.”. El corazón de Maggie se detuvo por un momento. Christopher era el nombre del dueño anterior de la casa. ¿Podría ser una coincidencia o realmente el husky había sido su perro?

La curiosidad de Ethan solo creció.

—¿Crees que sigue viniendo porque esta era su casa? —preguntó emocionado.

—Es posible, —respondió Maggie, aunque la idea la dejaba inquieta. Había algo en el comportamiento del perro que parecía más significativo.

Esa sensación se hizo más fuerte cuando, un día, el husky—que ahora llamaban CJ—comenzó a actuar de manera extraña. Caminaba nerviosamente por el borde del jardín, gimiendo suavemente y mirando hacia el bosque detrás de la casa. Parecía querer decirles algo.

—¡Mamá, creo que quiere mostrarnos algo! —exclamó Ethan, ya poniéndose su chaqueta.

Aunque dudosa, Maggie decidió seguir al husky. Había algo en su insistencia que no podía ignorar. Juntos, caminaron hacia el bosque, con CJ guiándolos y el sonido de las hojas crujiendo bajo sus pies.

Tras unos veinte minutos, el perro se detuvo de golpe en un pequeño claro. Allí, atrapada en una trampa para cazadores, estaba una zorra embarazada. El animal estaba débil, jadeando, y la trampa le había hecho una profunda herida en la pierna.

—Dios mío, —susurró Maggie mientras se apresuraba a liberar a la zorra.

Ethan, arrodillado junto a ella, acariciaba con cuidado el pelaje del animal, tratando de tranquilizarlo. CJ observaba atentamente, con un leve gemido, como si también comprendiera la urgencia de la situación.

Finalmente, lograron liberar a la zorra. La envolvieron en una manta y la llevaron al veterinario con la ayuda de Kyle, quien acudió rápidamente tras una llamada de Maggie. CJ no se separó del lado de la zorra, gimoteando como si le deseara lo mejor.

La cirugía fue un éxito, pero la zorra estaba visiblemente inquieta hasta que Maggie se acercó. Sus ojos, llenos de reconocimiento, se clavaron en los de Maggie, como agradeciéndole por salvarle la vida.

Cuando la zorra, a la que Ethan llamó Vixen, se recuperó, la llevaron de vuelta a casa. Maggie preparó un lugar acogedor en el garaje donde pudiera descansar tranquila. Días después, Vixen dio a luz a cuatro pequeños cachorros. Maggie y Ethan fueron testigos del momento, algo inusual en un animal salvaje, que parecía confiar plenamente en ellos.

A medida que los cachorros crecían, supieron que llegaría el momento de liberarlos. Construyeron un refugio en el bosque, y Vixen llevó a sus crías allí. Sin embargo, no desaparecieron por completo. Cada semana, Maggie, Ethan y CJ visitaban el bosque, y Vixen siempre los recibía alegremente con sus cachorros corriendo tras ella.

CJ, por su parte, dejó de ser solo un visitante. Ahora era un miembro querido de la familia. Al ver a Ethan jugar con CJ y observar a Vixen prosperar con sus crías, Maggie comprendió que el husky había traído algo más que compañía: había traído conexión, sanación y un toque de magia a sus vidas.

—Mamá, —dijo Ethan un día mientras caminaban de regreso del bosque, con CJ trotando a su lado—, ¿crees que CJ estaba destinado a encontrarnos?

Maggie sonrió mientras miraba a su hijo y al fiel husky.

—No creo que nos haya encontrado, Ethan. Creo que nosotros estábamos destinados a encontrarnos.