Mi marido trajo a otra mujer a nuestra casa y aseguró que sería su segunda esposa. Para su sorpresa, acepté su propuesta… pero impuse una condición que lo dejó completamente en shock.

Hace una semana, mi esposo Jack, con quien he estado casada durante ocho años, llegó a casa con una joven llamada Claire y soltó algo que parecía sacado de una mala broma: quería que ella fuera su segunda esposa.

Sí, lo leíste bien.

Al principio, pensé que era un chiste. Me reí y miré alrededor, esperando ver alguna cámara oculta. Pero Jack hablaba completamente en serio. Con una tranquilidad sorprendente, empezó a explicarme que tener una segunda esposa era “una solución práctica”. Según él, Claire era una “mujer trabajadora que podría ayudar con la cocina, la limpieza y otras tareas del hogar”.

Como si estuviera proponiendo algo lógico y razonable, continuó con su discurso. “Así, todo funcionará de manera más armoniosa. Es mejor que tener una aventura a escondidas. Al menos estoy siendo honesto contigo”, añadió con una expresión que parecía esperar algún tipo de reconocimiento por su “sinceridad”.

Lo miré fijamente, esperando el momento en que soltara la risa y dijera que todo era una broma elaborada. Pero ese momento nunca llegó.

Claire, por su parte, intentaba mostrarse serena, pero su lenguaje corporal la delataba. No me miraba directamente a los ojos y parecía incómoda, como si, en el fondo, también supiera que esta conversación no era tan sencilla como Jack quería hacerme creer.

Durante los primeros minutos, el shock me dejó sin palabras. Pero mientras Jack seguía explicando cómo esta “nueva dinámica” sería la mejor solución para todos, se me ocurrió una idea.

Respiré hondo y, con una calma que ni yo misma esperaba, lo interrumpí.

“De acuerdo,” dije. “Puedes tener una segunda esposa, pero con una condición.”

Jack frunció el ceño, claramente confundido. No esperaba que mi respuesta fuera tan tranquila. Claire también me miró con sorpresa, como si no supiera si alegrarse o preocuparse.

“¿Y cuál es esa condición?” preguntó Jack, con una sonrisa nerviosa.

“Que tú y ella deberán cumplir con mis expectativas como esposo y esposa. No voy a quedarme relegada en mi propio matrimonio.”

Hubo un silencio incómodo. Jack miró a Claire, luego volvió a mirarme, tratando de entender si estaba bromeando o si realmente hablaba en serio. Su rostro era una mezcla de incredulidad e incomodidad.

“¿En serio crees que esto está bien?” preguntó finalmente, todavía desconcertado.

“Te lo aseguro, Jack. Si realmente crees que esto es ‘práctico’, entonces hagámoslo bien. Pero si piensas que todo seguirá igual que antes, mejor olvídalo.”

Claire permaneció en silencio, con los ojos fijos en mí. Su postura rígida y su expresión nerviosa me dejaron claro que no se esperaba esto.

Al final, Jack aceptó mi condición. Pero su cara lo decía todo: nunca había imaginado que yo podría darle la vuelta a la situación y hacerle jugar con sus propias reglas.

Sin embargo, la verdadera sorpresa llegó al día siguiente.

Claire apareció en nuestra casa, dispuesta a discutir cómo se organizaría esta nueva vida. Lo que no sabía era que las reglas las ponía yo, y que no iba a facilitarle las cosas a ninguno de los dos.

El juego apenas comenzaba, y yo estaba lista para tomar el control.