Fui a visitar a mi hija y lo que encontré me dejó completamente en shock. Ahora, ni siquiera tengo ganas de volver a hablar con ella.

Mi hija y su esposo no tenían un hogar propio, así que sin pensarlo les cedí mi apartamento de dos habitaciones y me mudé temporalmente con mi madre a su pequeño departamento de una habitación. Cuando nació mi nieto, me dediqué a ayudar a mi hija todos los días: cuidaba al bebé, hacía las compras e incluso contribuí a renovar su casa.

Un día, mientras estaba en la tienda, decidí comprar algunos víveres extra para mi hija. Quería sorprenderla con un pequeño gesto de cariño. Al llegar a su casa, entré a la sala y la encontré tomando café con su suegra. Sobre la mesa había varios papeles que captaron mi atención.

Al leer lo que estaba escrito en ellos, sentí cómo una profunda decepción se apoderaba de mí. En ese momento, no supe cómo reaccionar. Nunca imaginé que mi propia hija me traicionaría de esa manera.

Criar a mi hija sola no fue fácil, pero siempre conté con el apoyo de mi madre. Por eso, cuando mi hija se casó y no tenía un lugar donde vivir, no dudé en ofrecerle mi casa. En un principio, incluso consideré proponerle a mi madre que se mudara conmigo y cederle su apartamento a mi hija. Sin embargo, la madre de mi yerno me convenció de que los jóvenes necesitarían más espacio, especialmente cuando formaran una familia.

Confiando en que era lo mejor para ellos, dejé mi hogar y me instalé con mi madre. A pesar de haberles entregado todo, procuré no ser una carga y solo visitaba a mi hija cuando ella me lo pedía.

Un día, la madre de mi yerno me llamó para preguntarme cuándo pensaba remodelar el apartamento para los jóvenes. Su comentario me sorprendió, pues la casa estaba en perfectas condiciones. Le respondí que no veía la necesidad de hacer ninguna reforma y le sugerí que, si lo consideraba necesario, ella también podía aportar algo. Su respuesta me dejó sin palabras: no estaba dispuesta a invertir en una propiedad que no le pertenecía.

Aun así, nunca me quejé. Siempre estuve presente cuando me necesitaron, ayudando en lo que podía. Antes de las fiestas, decidí ir al mercado y comprar algunos productos para regalarle a mi hija.

Ese día, mi teléfono se quedó sin batería y no pude avisarle que iba de visita. Cuando llegué, la puerta estaba abierta, así que entré sin hacer ruido. Fue entonces cuando vi a la madre de mi yerno cómodamente sentada en la sala, disfrutando de un café. Sobre la mesa había una lista de compras para la cena de Nochevieja. Al leerla, me quedé helada.

Descubrí que estaban organizando la celebración juntos y que mi hija planeaba pasar la fiesta con su esposo, su suegra y su hijo. Ni a mi madre ni a mí nos habían invitado.

Después de todo lo que hice por ellos, después de haberles dado mi casa, de haber cuidado a mi nieto, de haber estado presente en cada momento importante, ¿ni siquiera merecíamos celebrar la Nochevieja con nuestra propia familia? En ese instante, sentí que algo dentro de mí se rompía. La decepción fue tan grande que ya ni siquiera sé si quiero volver a hablar con mi hija.