Después de la muerte de mi esposo Charles en un trágico accidente laboral, mi mundo se vino abajo. Durante tres años, me dediqué exclusivamente a cuidar de mi hija Maggie, quien se convirtió en mi única razón para seguir adelante. Sus tiernas sonrisas traían algo de consuelo, pero no lograban llenar el inmenso vacío que dejó la ausencia de Charles. Entonces, Jacob apareció en nuestras vidas. Su calidez, su sonrisa amable y su forma de ser nos trajeron algo de luz en medio de tanta oscuridad. Poco a poco, comencé a creer que era posible volver a amar. Jacob adoraba a Maggie, y llegué a pensar que él era la pieza que faltaba para que ambas pudiéramos sanar. Hace dos meses nos casamos, y parecía que finalmente nuestra vida tomaba un rumbo más feliz… hasta que Maggie me confesó un inquietante secreto.
Una tarde, después de muchas dudas, Maggie me contó que Jacob le había pedido guardar algo en secreto. Me explicó que una mañana, al despertar temprano, lo vio con una mujer vestida de rojo saliendo del sótano. Sentí un nudo en el estómago mientras enfrentaba a Jacob pidiéndole explicaciones. Según él, la mujer era una diseñadora de interiores que lo estaba ayudando a renovar el sótano como una sorpresa para nosotras. Me mostró el espacio remodelado, con muebles nuevos y una iluminación acogedora. Aunque intenté convencerme de que todo estaba bien, había algo en la historia de Maggie y en la actitud evasiva de Jacob que no me dejaba tranquila.
Decidida a descubrir la verdad, instalé cámaras ocultas en la casa, bajo el pretexto de un viaje de trabajo. Mientras Jacob creía que Maggie y yo estábamos fuera, vigilé obsesivamente las grabaciones. Durante dos días no ocurrió nada fuera de lo normal, y llegué a pensar que quizás estaba equivocada. Sin embargo, una noche vi algo que me dejó helada: Jacob estaba en el sótano, besando a la mujer de rojo. Una oleada de traición y rabia me invadió. Regresé a casa de inmediato y llegué justo cuando él estaba acompañándola hasta su auto. Lo confronté, pero Jacob apenas pudo balbucear unas excusas débiles. Fue la mujer quien, con frialdad, confesó la verdad: llevaba años con Jacob y él solo estaba conmigo por estabilidad económica.
Esa misma noche, lo eché de la casa sin contemplaciones. Empaqué todas sus cosas y las dejé en un sitio de construcción para que cualquiera se las llevara. Al día siguiente, recogí a Maggie de casa de mi madre, donde se había quedado mientras todo esto ocurría, y la llevé a tomar un helado. Mientras disfrutábamos juntas, le agradecí por haberme contado la verdad. Cuando le expliqué que Jacob no volvería, simplemente dijo: “De todos modos, no me gustaba mucho el nuevo papá.”
Con Jacob fuera de nuestras vidas, todo lo que creía haber construido se derrumbó en cuestión de días. Pero al mirar a Maggie, entendí que no necesitábamos a nadie más. Éramos suficientes. Perder a alguien que no valía la pena despejó el camino para una vida más auténtica, llena de amor real y la fuerza para seguir adelante, solo nosotras dos.