Adoptamos a un niño de tres años. Cuando mi esposo intentó bañarlo por primera vez, exclamó: ‘¡Hay que devolverlo!’

«Después de años de luchar contra la infertilidad, nuestras vidas dieron un giro inesperado al adoptar a Sam, un hermoso niño de tres años con unos ojos azul profundo que parecían reflejar el océano.

Sin embargo, nuestra primera noche juntos fue distinta a lo que había imaginado. Cuando mi esposo fue a bañarlo, salió corriendo del baño y, con el rostro desencajado, exclamó: ‘¡Tenemos que devolverlo!’

Al principio, sus palabras me parecieron un completo absurdo, pero todo cobró sentido al descubrir la marca de nacimiento en el pie izquierdo de Sam, una marca idéntica a la que tiene mi esposo.

Nunca pensé que la adopción de nuestro hijo pondría a prueba de esa manera nuestro matrimonio. Al recordar esos momentos, entiendo que algunos regalos de la vida llegan envueltos en desafíos y con un tiempo que parece cruelmente diseñado por el destino.

El día en que fuimos a la oficina de adopción para traer a Sam a casa, mis nervios estaban a flor de piel. Apretaba entre mis manos un pequeño suéter azul que había comprado para él, buscando consuelo en ese gesto. Mientras tanto, Mark, mi esposo, me dedicaba sonrisas tranquilizadoras, pero sus manos aferradas al volante traicionaban su propia ansiedad.

—Hemos esperado tanto para este momento —murmuré, alisando el suéter con manos temblorosas.

A lo largo de años de formularios interminables, visitas domiciliarias y entrevistas agotadoras, había mantenido la esperanza viva. Mientras yo me dedicaba a superar los trámites, Mark concentraba su energía en levantar su negocio, aunque siempre compartíamos el sueño de ser padres.

Cuando vi la foto de Sam por primera vez, supe que él era el indicado. Era un niño con ojos como el cielo y una sonrisa que derretía el corazón. Su historia era desgarradora: abandonado por su madre, estaba buscando un hogar lleno de amor.

Cuando le mostré la foto a Mark, sus ojos brillaron con esperanza. —Parece un gran niño —dijo. —Esos ojos son especiales.

En ese momento, Sam dejó de ser solo una idea; se convirtió en nuestro futuro.

Cuando lo conocimos en persona, fue incluso más maravilloso de lo que habíamos soñado. En la sala de juegos de la oficina de adopción, se acercó tímidamente y me ofreció un bloque rojo. Aquel gesto simple fue el comienzo de nuestro «para siempre».

El viaje de regreso a casa estuvo lleno de risas. Sam sostenía con fuerza un elefante de peluche que le habíamos regalado e imitaba el sonido de una trompeta, haciendo que Mark se riera a carcajadas. Todo parecía perfecto… hasta esa primera noche.

Mark salió del baño pálido, casi temblando. —Tenemos que devolverlo —dijo con un tono que me rompió el corazón.

—¿Por qué dirías algo así? —le pregunté, luchando contra las lágrimas. Acababa de colocar las cosas de Sam en su nueva habitación y sentía que el mundo se desmoronaba bajo mis pies.

Mark evitó darme una respuesta directa. Murmuró algo sobre un error irreparable y se retiró, dejándome con más preguntas que respuestas. Desesperada, corrí al baño. Allí estaba Sam, sentado tranquilamente en la bañera con su elefante de peluche entre las manos. Fue entonces cuando lo vi: una marca de nacimiento en su pie izquierdo, idéntica a la de Mark.

Mi mente se llenó de preguntas y sospechas, pero me esforcé por mantener la calma mientras ayudaba a Sam a terminar su baño. Esa noche enfrenté a Mark, pero él evitó el tema, riendo de manera nerviosa. A medida que los días pasaban, su silencio se hacía más insoportable, y finalmente decidí buscar respuestas por mi cuenta.

La prueba de ADN confirmó lo que temía: Mark era el padre biológico de Sam. Cuando lo confronté, no tuvo más remedio que confesar. Entre lágrimas y vergüenza, admitió que había tenido una aventura de una noche, años atrás, en un momento de debilidad. Nunca imaginó que aquel acto lo perseguiría de esta manera.

—Lo supiste en cuanto viste la marca de nacimiento —le dije con frialdad. —Por eso entraste en pánico.

Mark asintió, incapaz de defenderse. En ese instante, entendí que nuestro matrimonio no podía seguir adelante. Solicité el divorcio y la custodia exclusiva de Sam. Mark, sabiendo que había fallado como esposo y padre, no puso objeciones.

A partir de ese momento, Sam y yo comenzamos una nueva vida juntos. Aunque a veces preguntaba por qué su «Daddy» ya no vivía con nosotros, siempre traté de explicarle con honestidad, pero suavemente: —A veces los adultos cometen errores, pero eso no significa que no te amen.

Han pasado años desde aquel capítulo difícil. Sam ha crecido para convertirse en un joven lleno de amor y alegría. Mark se mantiene distante, enviando tarjetas de cumpleaños y correos electrónicos esporádicos. Esa fue su decisión, no la nuestra.

Cuando la gente me pregunta si me arrepiento de no haber dejado todo aquel día, mi respuesta es siempre la misma: no. Sam es mi hijo, tan profundamente como si lo hubiera llevado en mi vientre. El amor nunca es sencillo, pero siempre es una elección. Y yo lo elegí a él.

Él es mío, ahora y para siempre, hasta el día en que encuentre su propio camino y forme una familia a la que pueda llamar hogar.»